sábado, 1 de marzo de 2008

MI AMIGO ADRIÁN

El viento y la lluvia parecían susurrar su nombre en las noches de tormenta. Era como si el cielo mismo quisiera recordarle el error que había cometido alejándole de su vida. Una vez más, sufría la reprimenda de aquellos rayos y truenos, que con un vapuleo eléctrico y sonoro, le enseñaban a la antigua usanza la lección. Escríbelo cien veces: no me negaré a ser feliz.

Efectivamente, esa noche centelleante y húmeda de octubre, mientras la lluvia azotaba con fiereza los cristales, Adrián echaba de menos las caricias de Rodrigo. Todo había comenzado como comienzan los rumores urbanos, al abrigo de un café-para-llevar una mañana acelerada y ruidosa. Habían cruzado miradas, se habían dicho cuatro trivialidades ante el pasmo de una camarera cincuentona y esa misma tarde habían quedado en el apartamento de Rodrigo para dar rienda suelta a sus instintos más placenteros.

Adrián había afrontado esta historia como tantas otras. Como uno más de los numerosos escarceos sexuales que la gran ciudad ponía a su alcance cada fin de semana y a veces algún martes por la mañana en el Starbucks de Castellana. Cuatro polvos y un número más en la agenda del móvil al que no pensaba recurrir muy a menudo.

En este caso, además, parecía más claro que nunca que no encontraría nada más que besos, caricias y orgasmos sin compasión. Él era un estudiante universitario como cualquier otro y Rodrigo un ejecutivo estresado como cualquier otro. Eran dos estereotipos que formaban parte de mundos separados por la inmensidad de su propia resignación.

Se sentían de planetas diferentes, pero lo cierto es que acabaron enganchándose el uno al otro más de lo que ninguno de los dos habría imaginado. Citas, cenas, cines y hasta un fin de semana fuera. Fue precisamente al volver de ese fin de semana en la casa de campo de Rodrigo cuando la alarma mental de Adrián saltó como un detector de incendios.

Te quemas. Tiene treinta y dos. Tú estás en tercero de carrera. Te quemas. Sal corriendo. Te va a pedir más compromiso del que quieres darle. Fuego. Fuego. Llama a los bomberos. Eres joven. No puedes engancharte ya a una sola persona. Tienes que vivir la vida. Venga, va, llama a los bomberos, a ver si alguno está bueno.

Y así, Adrián alejó a Rodrigo de su vida. De una forma cáustica y poco elegante, sin demasiados remordimientos. Confiaba en su propia promiscuidad, en que pronto le olvidaría. Pensaba que tenía una honda convicción que le alejaba de las relaciones estables como el aceite forma balsas en el agua. Pero resulta que esa convicción no era tan sólida como pensaba. Y esa noche de tormenta, Adrián me volvió a hablar de Rodrigo.

- Adrián, tu no te has olvidado de él... - le dije (procurando no ser duro ni condescendiente).

- Puede ser...- contestó con inseguridad, mirándose las manos.

- Pero, a ver, ¿por qué le dejaste?

- Porque no me convenía, no era lo que necesitaba en ese momento.

- ¿Y eso qué se supone que significa?

- Pues la verdad es que ahora no lo sé; creía saberlo, pero ahora mismo no lo sé.

- Es que siempre has dicho que tú no querías nada serio con nadie, pero empiezo a no creerte.

- No, si eso es verdad, no quiero nada serio...

- Ya, pero ahora echas de menos a Rodrigo. Algo falla, ¿no? Creo que no debes negarte las oportunidades antes incluso de que se presenten. Espera a ver a dónde van antes de rechazarlas...

- Sí, si eso se dice muy fácil, pero cuando estás metido en la vorágine da mucho miedo, y es mucho más seguro cortar por lo sano antes que pasarlo mal...

- Vale, entonces ya estamos en otros argumentos... El miedo a pasarlo mal. Creo que este es el eterno enemigo de las relaciones humanas.

- Seguramente... Pero es que... ¿cómo se aprende a ser valiente?

Y no supe qué contestarle a mi amigo Adrián.


Muchos besosssssss

1 comentario:

Thiago dijo...

(Sin polémica) Cómo me suena esta historia... hasta los nombres!! (sin polémica, claro).

Bezos.