jueves, 3 de enero de 2008

HAY QUE SEGUIR

Matilda sabía que no era buena idea salir a pasear un día de lluvia, pero sentía la necesidad de caminar y respirar aire fresco (quizás solo de respirar). De modo que cogió su impermeable verde y dio, convencida, un paso firme sobre el primer charco que se había formado ante su puerta, sin importarle lo húmedos que pudieran terminar sus pies. Estaba dispuesta a dejar la mente en blanco, a dejar que la lluvia empapara su rostro y lavara de una vez por todas ese gesto de tristeza que no se le borraba desde que hacía dos años un coche se llevara la vida de su hermana por delante.

Matilda echaba de menos a su hermanita cada segundo de cada día, pero en estas fechas forzosamente felices (necesariamente familiares) la punzada en el corazón se volvía más fría, más profunda. Se había pasado la tarde viendo fotografías y oliendo los jerséis que aún descansaban en el armario. Sabía que eso no era sano para su estabilidad emocional, pero necesitaba sentir que estaba cerca. Aún así, había sido demasiado, y necesitaba caminar bajo la lluvia para tratar de sentirse menos sucia, menos indigna por estar viva.

La lluvia no lavaría las heridas de Matilda. Seguramente nada lo haría, ni siquiera el tiempo. De alguna forma estaba empezando a comprender que tendría que vivir con su dolor, como una enfermedad crónica e injusta. Y cuando la llamé por teléfono y me dijo que la perdonáramos pero que no tenía ánimos para ir al cine, sentí que no me quedaban palabras de consuelo y me sentí impotente y mal amigo.

Un beso enorme, mi Matilda. Sé fuerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no se si esto es un relato, realidad o fusion de ambas, xo aun asi, es bonito. y qgran verdad, hay qseguir siempre adelante


bye!